LOS TEXTOS DEL SILLÓN

El territorio, el contemplador y sus reenvíos especulares

Mariano de Santa Ana

Camille Corot, Paisaje, 1865
Camille Corot, Paisaje, 1865

“Víctor del Río hace una aproximación interdisciplinar al paisaje a partir del concepto de mitología material”

 

Podría comenzar esta reseña con la afirmación de que Víctor del Río tiene un acendrado interés en lo sobrenatural. No es que quisiera decir con ello que del Río sienta fascinación por el espiritismo, los milagros, la reencarnación, los hechizos, las posesiones diabólicas y este tipo de asuntos, pero sí caracterizar un fenómeno que la ciencia es incapaz de explicar. De hecho, para calificar dicho fenómeno, el paisaje, alguien tan autorizado como Alain Roger no duda en usar el vocablo «sobrenatural» en su forma gramatical adjetiva. Lo hace en su Breve tratado del paisaje para subrayar que el paisaje es sobrenatural porque nunca es reductible a la naturaleza. Pero ocurre que no sé qué cosa es esta, la naturaleza, y, por tanto, evitaré meterme en tamaño jardín para comentar este estupendo libro de nuestro historiador del arte.
No es fácil usar utillaje analítico de disciplinas ajenas para mejor abordar con la propia el objeto sometido a examen. Pero del Río ya ha acreditado al efecto su pericia en libros como, entre otros, La pieza huérfana. Relatos de la paleotecnología, y lo hace ahora con auxilio de la semiótica de la cultura, la fenomenología, la antropología, la teoría de la imagen, la filosofía y la geografía cultural. En su momento Paolo Fabbri nos advirtió que experimentamos un «recalentamiento semántico del planeta» y, desde luego, la noción de paisaje no es ajena a este proceso entrópico que hace que cada vez resulte más difícil abrirse paso en el pensamiento. Por si fuera poco, como tan rotundamente muestra el Postaler de Perejaume, artista al que el autor se refiere con admiración en estas páginas, el paisaje es el resultado de reenvíos especulares entre el territorio y su contemplador, que proyecta en él las emociones que le suscita. Y ambos, noción y experiencia del paisaje, están siempre expuestos a la afección del tiempo con todo lo que ello comporta. Por lo demás, la historia del arte lleva en su seno casi desde el principio el virus de la esclerotización a causa de una academia secuestradora de significado. Por ello necesita, como desde Warburg hacen sus mejores exponentes, revigorizarse continuamente con dosis adecuadas de otros saberes. Del Río, como ya he apuntado, lo hace y confronta el paisaje, fenómeno tan evanescente como irrefutable para la percepción moderna, mediante la condensación de su ímpetu transdisciplinar en un concepto de resonancias bachelardianas: mitología material.

“El marco y la pantalla son algunas mitologías materiales a las que el autor presta atención”

 

«Podríamos definir la mitología material», dice, «como el conjunto de elementos que forman parte de los relatos cosmogónicos, las tradiciones o la historia y describen fuerzas naturales, escenarios u objetos con características impersonales». En esta asociación Víctor del Río incluye lo mismo ideas que figuras portadoras de nombre propio referidos a objetos y lugares, reales o imaginarios, «que, en su papel narrativo, han establecido un locus simbólico al extrapolarse culturalmente con diversas valencias alegóricas». Como anuncia en el título, nuestro historiador del arte focaliza estas mitologías materiales en el paisaje y, con este, en los sentidos, la visión en primer lugar, no como facultades que poseemos en estado puro, sino como capacidades determinadas por fuerzas y técnicas que operan sobre nuestro cuerpo. O sea, como producciones políticas. Como políticas, en este caso, del paisaje.

El marco y la pantalla son algunas mitologías materiales a las que el autor presta atención. El marco como parerga, como aditamento ornamental que intercede e incita a la contemplación de algo, en este caso una manifestación artística bidimensional, pero también, en un registro puramente imaginario, como encuadre cultural de la «autenticidad escenificada» (Dean MacCannell). Léase la impronta semiótica en cualquier manifestación, tal que una extensión espacial, que busca atraer al observador moderno para que se deleite ante lo que creería un vestigio de lo genuino, eso que habría sido arrasado por la modernidad misma. La pantalla, por su parte, como soporte material lo mismo que como interfaz mental entre lo real y las proyecciones de la psique. A partir de estas y otras imaginaciones materiales, del Río construye en Políticas del paisaje. Sobre la perfección de los desiertos un itinerario sinuoso con motivos diversos que avivan la imaginación y producen placer lector, como los cologramas, la pintura de Dosso Dossi, las vallas publicitarias en los márgenes de las carreteras, los estudios de nubes de Alexander Cozens, los documentales de fauna, la fotografía de Roy Arden, la bandera estadounidense en la Luna, la fotografía de Robert Adams, la señal de tráfico S-109, los escritos de Carl Gustav Carus, el valor de las vistas en el mercado inmobiliario, los espejismos y hasta un misil balístico alemán V2 confiscado tras la II Guerra Mundial que, equipado con una cámara de 35 mm, llegó a obtener fotos desde 104 kilómetros de altura.

“Pintorescas o sublimes, documentales o ficcionales, del Río presta especial atención también a las proyecciones en las pantallas digitales”

Víctor del Río apunta a lo pintoresco como «la más influyente y significativa [idea estética] en los destinos de la imagen artística contemporánea» y hace hincapié en su carácter de condición de posibilidad para el surgimiento de la posterior estética de lo documental ligada a la fotografía y sus derivados indéxicos. El también autor de Fotografía objeto señala al respecto, en referencia al paisaje documental, que «el perfil de ese concepto, lo pintoresco, está en la base de esta contraposición de lo que aparece ante nosotros frente a su excepcionalidad, de lo real frente a lo ideal, de lo contingente frente a la geometría de las formas que propician las acciones humanas sobre el territorio».

Alexander Cozens, Mountain Tops (A Mountain Study), 1780. Yale Center for British Art, Wikimedia Commons
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Pintorescas o sublimes, documentales o ficcionales, del Río presta especial atención también a las proyecciones en las pantallas digitales. En ellas los algoritmos que, como los jardines, se remontan a Babilonia, estilizan imágenes de paisaje y cualesquiera otras en nuestros dispositivos electrónicos «para —dice nuestro autor— devolvernos una versión optimizada del resultado con resonancias publicitarias». Y sostiene así mismo al respecto, citémosle largamente, que «la imagen pantalla, que podríamos identificar como una versión material del consumo visual en nuestro tiempo, es por esencia un paisaje por cuanto reside en un fondo, crea un trasfondo para otras tareas o incluso otras imágenes, su­ministra un lugar de inserción para otro tipo de signos, dis­tintos esta vez de los que provienen del trazado de las vías de comunicación, pero análogos a ellos en el tráfico de la infor­mación que intercambiamos, como lo hacía en cierto modo la valla anunciadora vacía, anunciándose a sí misma como espa­cio de inscripción». Por lo demás, la bucólica oveja que pasta en un verde prado, en cuya estampa se deleita un contemplador distraído que observa paisajes a través de Google Earth —ya dije al principio que ignoro lo que es la naturaleza—, puede que no sea sino una criatura clonada, una oveja en la época de su reproductibilidad técnica.

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