La escena ya es todo un clásico contemporáneo. En ella, observamos a la joven periodista, ataviada con un jersey azul y sosteniendo sus notas, participando en su primera reunión en el despacho de su nueva jefa, la editora de moda más temida del globo. Entre todos los asistentes se intenta elegir entre dos cinturones azules para un determinado look. La novata no puede controlar su risa. Desde lo alto de su ignorante soberbia, el objeto de discusión no era digno de ningún dilema. Al final, eran prácticamente idénticos: ambos cinturones eran de color azul. ¿Y qué importaba? Eran solo dos cinturones, ¡nada más que eso!
Pero su risa irrumpe por la sala como una bomba. Y la respuesta que recibe de su jefa se convierte en una de las frases más míticas de la premiada película El Diablo viste de Prada (2006), un cómico retrato de la cultura laboral millennial, en particular, de las denominadas industrias creativas: “Tú crees que esto no tiene nada que ver contigo. Tú vas a tu armario y seleccionas, no sé, ese jersey azul deforme porque intentas decirle al mundo que te tomas demasiado en serio como para preocuparte por lo que te pondrás. Pero lo que no sabes es que ese jersey no es sólo azul, no es turquesa, ni es marino, en realidad es cerúleo. Tampoco eres consciente del hecho de que en 2002 Óscar de la Renta presentó una colección de vestidos cerúleos. Y luego creo que fue Yves Saint Laurent el que presentó chaquetas militares cerúleas. Y luego el azul cerúleo apareció en las colecciones de ocho diseñadores distintos; y después se filtró a los grandes almacenes; y luego fue a parar hasta una deprimente tienda de ropa a precios asequibles, donde tú, sin duda, lo rescataste de alguna cesta de ofertas. No obstante, ese azul representa millones de dólares, y muchos puestos de trabajo, y resulta cómico que creas que elegiste algo que te exime de la industria de la moda, cuando, de hecho, llevas un jersey que fue seleccionado para ti, por personas como nosotros, entre un montón de cosas”.
Repetida y recordada por todos los rincones de internet —o al menos en aquellos que habitamos “the girls and the gays”—, esta escena destripa, bajo la purpurina del humor de humillación, la lógica productiva de la voraz industria de la moda. Más allá del hipnótico desempeño de Meryl Streep y Anne Hathaway, la escena termina por revelar, desde una perspectiva jerárquica, el potencial autoritario del sistema de moda contemporáneo. Por ende, también evidencia la capacidad que tienen nuestras prendas, como obedientes operarias en esta cadena de opresión, para consolidar formas sociales basadas en la sumisión de individuos y cuerpos, el control de sus elecciones estéticas y, sobre todo, la supresión de la imaginación radical.
La lectura de La vestimenta: una historia entre modas y disidencias de Sonia Capilla ofrece un necesario y perspicaz relato alternativo sobre “este montón de cosas” al que hace referencia el personaje de Streep. Desde su experiencia y formación como vestuarista e historiadora del arte, Capilla divisa una otra historia posible de la vestimenta, escrita al margen de las discusiones en los altos despachos de la industria, más bien al compás de las conversaciones de las costureras en sus espacios de trabajo dignificados. Una historia alternativa que se forja una genealogía a medida y desencadena una narrativa distante de los relatos centrípetos del sistema de moda convencional. La autora manipula el patrón conservador de la historiografía de la indumentaria occidental, fusionándolo con el relato artístico contemporáneo. En lugar de caer en los clichés retóricos sobre si la moda es arte o tratar de validar propuestas de diseño según su supuesto acercamiento a prácticas artísticas elevadas, el libro opta por enfocarse en las singularidades de la vestimenta como parte esencial de una renovada historia del arte contemporáneo. Para lograrlo, emplea una técnica constructiva cercana a lo que Ángel González García denominaba “ciencia de las junturas”, citado por la propia autora, lo que le permite fusionar referencias en apariencia dispares. Entre ellas, el escote de Betty Davis, un grafiti de Banksy, la fotografía de Susan Sontag muerta capturada por Annie Leibowitz, la innovadora propuesta de Amalia Bloomer en 1851 para vestir a la mujer activa y libre, las camisetas intervenidas de los punks, el vestuario de la serie El cuento de la criada (2017), las obras de artistas como Mimi Smith, Rosemarie Trockel o Franz Erhard Walther, y las de diseñadores tan singulares como Issey Miyake, Madeleine Vionnet o Cristóbal Balenciaga.
El enfoque multidisciplinario propuesto por Capilla se manifiesta claramente en las primeras páginas de su publicación. Con el título “Cartografía de la autora”, el libro presenta un desplegable a color que recopila imágenes de diversos referentes, organizados espacialmente en cuatro temas principales que estructuran el texto: “manualidad”, “lujo”, “cuerpo” y “comunidad”. Lejos de ser un compendio protocolario de los recursos visuales utilizados en la investigación, este desplegable funciona más como un moodboard. La autora, como si nos mostrara las costuras de su estudio, nos ofrece un arranque de lectura que convoca una mirada propia de quien se adentra a hurtadillas en el espacio íntimo de un taller repleto de imágenes de inspiración pegadas sobre un tablón en la pared, en un backstage de un desfile a punto de empezar, o de quien revisa un dossier de vestuario para una obra teatral o audiovisual. Nos introduce a una historia entre modas y disidencias al tiempo que nos advierte: se trata de una historia hecha por y con imágenes. Claro está que se trata de una historia cuya visualidad es eminentemente táctil —al menos en comparación a la historiografía del arte tradicional—, ya que está formada por objetos que cobran vida en su relación con la superficie física de quienes los llevan y los crean. Y por ello, son objetos vestibles que rompen con el régimen autoritario de la visión, y que incluso llegan a desafiar el sentido del oído: son las vestimentas objetos elocuentes también en su silencio. Solo habría que restituir nuestras formas de oírlos. Y para oírlos, sugiere Capilla, habría que interrumpir la maquinaria voraz y ruidosa de la industria de la moda para percibir la vestimenta desde otros muchos sentidos.
Teniendo como origen la tesis doctoral defendida por Capilla en 2021 en la Universidad Autónoma de Madrid, La vestimenta… se libera de diversos corsés propios de la escritura académica al uso, aproximándose más bien al tono ensayístico. A lo largo de sus cuatro capítulos, se van hilando los diferentes casos de estudio en una singular cronología artística e indumentaria, en una sugerente secuencia temática con marcada sensibilidad poética. Y es la poesía un valor reclamado por la autora, no solo en la forma de su texto, pero sobre todo en su propio objeto de estudio. Porque Capilla no lanza su mirada a prendas dóciles, que se diluyen en la intranscendencia mercadológica. Más bien se ocupa de vestimentas que retan lo vigente y que se manifiestan de manera crítica y ante todo poética dentro del ámbito productivo al que pertenecen. Son prendas que, al igual que las prácticas artísticas contemporáneas, pueden desdibujar los límites y restricciones de lo real, ampliando posibilidades expresivas desde su naturaleza como objetos materiales y conceptuales, expresando los anhelos contemporáneos desde perspectivas al margen de los canales oficiales.
El primer capítulo reivindica el trabajo manual como condición sine qua non de la vestimenta que se pretende subversiva. Fuera de cualquier romantización nostálgica de las técnicas tradicionales, Capilla defiende las formas artesanales como portadoras innatas de porvenires, ya que traen consigo respuestas a discusiones candentes del presente, a las cuales el optimismo del progreso industrial es incapaz de responder. Reivindica la dignidad del oficio y el respeto a los derechos laborales de sus trabajadores y, ante todo, a la larga historia de una mano de obra mayormente femenina. Al final, el relato propuesto es uno centrado en la experiencia de la mujer como agente transformador, ya sea como cuerpo que viste, como sujeto que inspira, como fuerza de trabajo o como mente que concibe: la narración parte de Bloomer y su pionero proyecto de vestimenta para la mujer moderna, reclama los legados de Denise Boulet y Henriette Negrin —más allá de su condición como esposas de Paul Poiret y Mariano Fortuny, respectivamente— para desembocar en un análisis sobre el total look concebido por una rebelde Coco Chanel, quien pese a la imagen aburguesada que desde hace décadas afianza la maison que lleva su apellido, aplicó técnicas artesanales para vislumbrar posibilidades expresivas para sus vestimentas que, trasladadas al espacio público, permitían a sus clientas perturbar lo vigente y vestirse de futuro.
En el segundo capítulo, Capilla desmiente la extendida idea de que la excelencia manual es propiedad privada de la industria del lujo excluyente. La autora revisa figuras canónicas de la gran historia de la moda occidental, como Balenciaga o Vionnet, retratándolos ya no como pilares de la actual industria dominada por el capital. Pese a todo, ¿por qué no pensarlos como auténticos disidentes del sistema de la moda? De Balenciaga retoma su compromiso vital con la poesía del “hecho a mano”, pero también su vínculo con la comunidad alrededor de su taller en San Sebastián, a quien confeccionaba y distribuía abrigos con telas sobrantes de la fabricación de sus sofisticados trajes, haciendo posible la noción del lujo como un bien común. Y de Vionnet, la autora recalca su estatus pionero, no solo como diseñadora —fue inventora del corte al bies—, pero como gestora y empresaria, en la que su idea de lujo se fundamentaba en garantizar el bienestar y la dignidad de las condiciones laborales de sus equipos de modistas y costureras. Estrategias de insubordinación que, junto con análisis de las piezas de Mimi Smith, de la película El hombre vestido de blanco (1951) y de la práctica punk de Vivianne Westwood y Malcolm McLaren, por ejemplo, anticipan la discusión propuesta por el siguiente capítulo: la rebelión de las corporalidades disidentes frente a la corporalidad estándar definida por la moda industrial.
A partir del concepto de abyección de Julia Kristeva, en el tercer capítulo Capilla elabora salidas posibles a esos cuerpos expulsados por las normas homogeneizantes de la moda actual y su lógica basada tanto en la gordofobia y el edadismo, como en el capacitismo y la aporofobia. En lugar de simplemente reclamar la inclusión mercadológica de estos grupos minorizados, la autora imagina la ropa como activadora de espacios rebeldes que alberguen la expresión de la diversidad mediante poéticas exploratorias. De ahí el énfasis en las innovaciones textiles concebidas por Issey Miyake y, por ende, la potencialidad de sus invenciones en vislumbrar nuevas posibilidades de corporalidad y sugerir formas insospechadas de experimentar lo desconocido. En este sentido, el vestido confeccionado con filetes de carne fresca de vacuno por la artista Jana Sterbak, Vanitas: Flesh Dress for an Albino Anorectic (1987), le sirve para indagar en la extraña belleza que reside en el deterioro, y en la transitoriedad del cuerpo y de sus formas. Además, combina proposiciones como la del diseñador Jean-Paul Gaultier —quien aboga por la visibilización total de disidencias varias, tanto en sus pasarelas como en la concepción de vestuarios para películas de Almodóvar, como Kika (1993)— con la obra Sleepingpill (1999) de Rosemarie Trockel, artista que concibe la ropa como un espacio de protección para los que trasgreden el sistema, refugio donde descansar del opresivo régimen de hipervisibilidad contemporáneo. Algo que tiene eco en las creaciones de Hussein Chalayan, diseñador que según Capilla confecciona vestimentas que optan por un silencio voluntario —por ejemplo, prendas que se hacen visibles solo en la oscuridad—. Creaciones que, como dispositivos poéticos, recuerdan que para los cuerpos disidentes a veces ausentarse, silenciarse y disimularse puede ser la mejor estrategia para evitar que sus mensajes críticos sean tergiversados.
Esta idea reenvía al concepto de “comunidad” propuesto por Agamben y que guía el cuarto capítulo. Más que una idea cuantitativa, el concepto indaga en la cualidad específica de ese estar juntas: es decir, la coexistencia de las peculiaridades individuales que, disfrutadas en común, repercute de forma a enriquecer la experiencia y el conocimiento. En este contexto comunal, Capilla entiende las vestimentas como dispositivos colectivos que, si bien eluden el conflicto directo, actúan mediante intervenciones efímeras con alcances transformadores, y cuya acción silenciosa y aparente pasividad contrarrestan la falta de imaginación que nos rodea. Ejemplos abundan en el libro, como los vestidos sobredimensionados de la artista Beverly Semmes, que resitúan la presencia femenina en los espacios públicos y privados. O las performances de Vanessa Beecroft, en las que esta artista desconcierta al espectador mediante sus homogéneos grupos de modelos estáticas y silenciosas que, vestidas a la moda, dejan ver señales de hastío y cansancio después de horas, descomponiendo sus looks y convirtiendo sus vestimentas en elementos perturbadores. O las piezas de Franz Erhard Walther, producidas con fragmentos de tejidos recortados y recompuestos, que se ofrecen a la experimentación sensorial alrededor del cuerpo del espectador, perturbando y ampliando las potencialidades del espacio público al recuperar el lenguaje de la técnica constructiva, el oficio de modelar textiles y el placer de combinarlos en la forma de vestimentas colectivas.
Aunque sea en ese capítulo final, resulta llamativo, y de cierto modo tranquilizador, encontrar un análisis sobre Machines (2017), documental dirigido por Rahul Jain centrado en la explotación laboral en una fábrica textil en Surat, ciudad industrial en el noroeste de la India. Tranquilizador porque hasta este punto la lectura de La vestimenta… se revela circunscrita a una experiencia artística y de indumentaria mayormente euro-norteamericana. En otras palabras, no deja de ser oportuno que un texto respaldado por un necesario aparato crítico feminista occidental se permita afectar, aunque en su momento final, por los problemas socio-culturales generados por un sistema productivo globalmente dislocado, donde la cuestión de género y clase se ve atravesada de lleno por la racialidad. Un sistema ideado y controlado por territorios que, aparte de instituir los relatos canónicos del arte y de la moda, dirigen tanto la maquinaria del capital como también las formas posibles de insubordinación.
En este sentido, desafiando los límites de la episteme occidental, ¿qué otras historias entre modas y disidencias nos puede legar, por ejemplo, el derrumbe del Rana Plaza en Bangladesh en 2013, el desastre más mortífero en la historia de la industria textil? ¿Qué potencial subversivo conservan las manualidades cuando las manos que las ejecutan son negras, marrones y amarillas? Son estas algunas de las muchas preguntas suscitadas por un libro que, como todo aparato poético, más que clausurar sentidos, evoca historias por hacer. Por este mismo motivo, el trabajo de Capilla se revela como una obra refinada, sensible y decisiva sobre un tema de creciente interés por parte de los proyectos editoriales en español. Más que una aportación crucial a la especificidad de los estudios de arte y moda, resulta ser una lectura obligatoria a cualquiera que, desde una perspicacia transdisciplinar, sepa ver que en lo que es considerado minoritario, localizado y superficial —ámbito supuestamente ocupado por los ya mencionados “girls and the gays” y demás minorías— reside más bien una de las grandes fuerzas financieras, políticas y culturales que estructuran los últimos siglos. Una fuerza que, recalca el estudio, se ha mantenido históricamente en manos poderosas pero poco conscientes de la potencia poética y rebelde del “montón de cosas” con las que mercadean. En este sentido, al igual que las prendas que analiza, La vestimenta… logra hacerse con el poder disruptivo de todo aquello que apuesta por lo sugerente, para sorprender a esas manos tan presentes en el mundillo de la moda, pero también en el circuito del arte contemporáneo y, por supuesto, el mercado editorial.
Sonia Capilla
240 páginas
Editorial EXIT/PROAP 2022.
Madrid. España.