Roma, Alfonso Cuarón. (2018)
Luis Buñuel es un cineasta muy importante y respetado por amplios sectores del mundo cultural, reconocido mundialmente por sus películas que -desde la ironía, el surrealismo y el caos- plasman una mirada oblicua y rebelde sobre ciertos aspectos de la condición humana: el cuerpo como vehículo del deseo, el delirio religioso, las relaciones sociales, la libertad, la burguesía. Muy pocos se atreverían a discutir el lugar de privilegio que ocupa en el universo de la cinematografía mundial, ni mucho menos despojarlo de los méritos que lo ubican como uno de los grandes referentes del llamado cine de autor. Buñuel, etiquetado como sinónimo de cine-arte, de un cine profundo, vanguardista y simbólico, construye personajes y situaciones con la intención de desvelar y rebelarse ante el cosmos hegemónico del catolicismo burgués que impera dentro de su mundo europeo y europeizante.
A partir de esa realidad burguesa-religiosa que envuelve su cotidianeidad, su educación y su visión de mundo -traducida en una óptica pagana y atea-, Buñuel busca desentrañar aquellos aspectos opresivos inscritos dentro de los sujetos y las subjetividades. Sus películas han sido analizadas desde diversos ámbitos del saber -desde el psicoanálisis a la sociología, desde la filosofía a la estética- y han prodigado reflexiones, críticas y comentarios que contribuyeron a la mitificación de Buñuel como sujeto/objeto de arte y surrealismo profano.
En México, Buñuel rodó veinte de sus treinta y dos películas. Algunas de ellas él mismo las calificó como filmes de encargo o “películas alimenticias”. De estas destacan: Gran casino (1947) en la que se sometió a las fórmulas de la industria cinematográfica mexicana donde priman las canciones y el drama amoroso; El Gran calavera (1949) con la que empezó a gestar su fama de director rápido y económico; La hija del engaño (1951); El Bruto (1952) y Una mujer sin amor (1952), sobre la que el propio Buñuel dijo: “sin duda mi peor película” (Mi último suspiro 174). En oposición a este tipo de películas alimenticias están aquellos filmes que han sido catalogados como películas personales o de autoría: Los olvidados (1950), Subida al cielo (1951), Él (1953), La vida criminal de Archibaldo de la Cruz. Ensayo de un Crimen (1955), Nazarín (1958), El ángel exterminador (1962), Simón del desierto (1964), son solo algunos de sus filmes mexicanos que le dieron reconocimiento artístico.