Pareciera que nos enfrentamos a una pregunta de naturaleza contradictoria que nos obliga a descartar esa posibilidad. Sin embargo, el minucioso recorrido a cargo de una de las más destacadas periodistas culturales en México, especializada en artes visuales, Angélica Abelleyra, nos permite asomarnos a la vida de la “guerrillera Kaiser”, quien por más de cinco décadas en su desempeño como directora de algunas de las galerías y museos más importantes del México del siglo XX, brilla por una peculiar y reconocida impronta en las numerosas batallas y polémicas que ha emprendido en defensa del arte mexicano y que ya son parte de la historia cultural reciente del país, enraizadas particularmente en el campo de las artes plásticas y en esos territorios que ahora pomposamente llamamos curadurías y gestoría cultural.
Durante la mayor parte de su vida Miriam Kaiser estuvo convencida de que debido a que su trabajo tuvo lugar tras bambalinas –ella solo hacía todo lo necesario para que las exposiciones sucedieran— su actividad no merecía estar bajo los reflectores. Así que por su naturaleza hacedora y resolutiva de problemas nunca tuvo el impulso de llevar al papel su propia experiencia a la manera de memorias o autobiografía, salvo en los casos de impartir cursos, seminarios y conferencias especializadas. Fue la reportera Angelica Abelleyra quien empezó a realizar entrevistas encubiertas y que disfrazaba de conversaciones casuales, durante las visitas que ambas realizaron por diversas exposiciones pictóricas en las que Miriam asumía el papel de generosa maestra que explicaba y Angélica fungía como la alumna que, además, tomaba notas de las respuestas a las preguntas introducidas para aclarar o ampliar un tema.
Después de varios recorridos, Kaiser sospechó que ahí había algún “gato encerrado” y confrontó a su interlocutora: “Oye, ¿de qué se trata todo esto que estás apuntando en tu libretita?” y Angélica no tuvo más remedio que proponerle de manera formal el proyecto de escribir una biografía en la que, además de sus experiencias vitales, se recogieran sus aportaciones y reflexiones con relación a los distintos temas que se desgranan a lo largo de las 311 páginas que conforman los diez capítulos –sin contar los tres anexos, de los cuales uno es fotográfico—que conforman el libro y que van desde su formación como maestra en Israel; su paso por las galerías de arte privadas como la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor hasta la dirección del museo de El Palacio de Bellas Artes; la responsabilidad de organizar exposiciones internacionales de arte y arqueología de gran calado para instituciones como el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (CONACULTA) y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), así como de recibir a destacadas exposiciones que en contraparte mandaron diversos países a México; su contribución a la creación de nueve museos mexicanos y sus respectivos acervos; el coleccionismo, el mercado del arte y la falsificación de obras; el siempre exiguo presupuesto para las actividades artísticas y las precarias condiciones laborales de ese sector; la organización de concursos y salones dedicados a expresiones artísticas específicas; la crítica a la mecanismos que terminan con miles de piezas embodegadas; las discontinuidades en los proyectos gubernamentales de un sexenio a otro; la falta de operación transversal entre las diversas instituciones del Estado mexicano, la precaria preparación de los administradores de espacios museísticos, la eterna falta de difusión del arte y la cultura en México y un largo etcétera.
Por si lo anterior fuera poco, el libro de Abelleyra incluye una sección en la que se agrupan diez testimonios –siempre es difícil echarse flores a una misma— a cargo de destacadas personalidades de las artes visuales que resaltan la grandeza, la rectitud, la autoridad que proviene de una ética a prueba de balas y las grandes contribuciones de Miriam Kaiser al arte mexicano. Y más aún: el libro está salpicado de anécdotas, franqueza, sentido del humor y humildad apabullantes de las que se puede extraer una nítida radiografía del aparato cultural mexicano y su buen o mal estado de salud.
Todavía más: fiel a su espíritu revoltoso y crítico, Kaiser acepta compartir con los lectores su aguda crítica a uno de los proyectos culturales más polémicos de la autollamada 4T: el Proyecto Chapultepec: “El dinero asignado, que es un monto bastante considerable, debería ser restituido a la Secretaría de Cultura a efecto de proporcionar dignos presupuestos a los museos que tanto lo necesitan”. Hasta la fecha, la falta de una política de adquisición de obras de arte por parte del Estado Mexicano para enriquecer el acervo de sus museos también es puesta bajo la lupa crítica en el anexo dedicado a las colecciones de arte en el que se incluye el caso de la Colección Gelman.
No sobra decir Miriam Kaiser tuvo la fortuna de dar cuerpo al deseo del presidente en turno de internacionalizar el arte mexicano como un mecanismo diplomático. Le tocó vivir ese boom que se dio principalmente en las décadas de los años 70, 80 y 90 del siglo XX mexicano. Cuando llegó ese momento Kaiser ya estaba totalmente preparada –de manera autodidacta al ser compañera del artista Héctor Xavier y por experiencia propia y estudios por su cuenta—para asumir ese gran reto con el que demostró que el arte mexicano iba más allá de los murales Rivera, Orozco y Sequeiros y amplió el estrecho concepto que consideraba que la riqueza del arte prehispánico se constreñía al Museo Nacional de Antropología.
Aunque fueron escritas sin un propósito pedagógico, quien lea las páginas de Miriam Kaiser: una guerrillera por amor al arte encontrará en ellas un mapa que traza las coordenadas necesarias para crear un museo de arte y podrá acercarse, a través de sus páginas, a la manera en la que se hacían las cosas –convicción, pasión, entrega—en una época en la que no existía el término gestoría cultural y mucho menos se consideraba como una actividad de carácter profesional aprendida en escuelas y universidades, como ahora que vivimos en una época en la que el gusto de los públicos de los museos es moldeado por una gran cantidad de curadores envueltos en las nubes evanescentes de sus muchos doctorados y poco conectados tanto con los artistas como con los públicos de los museos. El libro es un caudal de pistas sobre cómo se hacían las cosas a la antigüita y muchas veces mucho mejor que en la actualidad.
Dejo para el final la contribución de mi colega Angélica Abelleyra en la creación de este testimonio biográfico, armado a la manera de un rompecabezas en el que la periodista va acomodando cada pieza con gran precisión y transparencia. Su principal virtud como entrevistadora, desde mi punto de vista, fue saber escuchar con paciencia durante horas, días, meses y hasta años que le llevó realizar, transcribir y analizar las muchas entrevistas en las que Miriam le contó cómo fueron las cosas que ella vivió. Y si había huecos o contradicciones en la memoria de la entrevistada Angélica corría a investigar los datos con mayor profundidad para confrontarlos con distintas versiones que permitieran confirmar su veracidad. Sin embargo, la periodista cultural también supo escuchar y respetar los silencios de la guerrillera Kaiser y eso se nota en la amplitud o no con la que se aborda cada tema, más cuando se trata de asuntos del orden de lo privado como lo es el caso de las viudas de los artistas intestados.
Con gran sencillez y sin los aspavientos propios de una época caracterizada por el juego del yoyismo, estamos frente a una lectura imprescindible y aleccionadora para quienes participan en cualquiera de las muchas vertientes de las artes visuales. Un libro que es producto de la admiración y respeto entre dos mujeres que supieron enfrentar, con igual elegancia, el reto de transformar los recuerdos en la cabeza en la materialidad de las palabras concretas que narran esas experiencias para quien quiera adentrarse en ellas.
Periodista especializada en temas culturales y científicos, nacida en 1957. Sus reportajes, entrevistas y crónicas se han dado a conocer en diversas publicaciones de México y el extranjero, mereciendo distintos premios y reconocimientos, entre ellos el Premio Nacional de Periodismo 2010 por su entrevista con Luis Valdez, reconocido como el “papá” del teatro chicano. Es licenciada en Ciencias de la Comunicación Social por la Universidad Anáhuac y cuenta con estudios de maestría en Literatura Comparada por la UNAM. Es autora de los libros: El caso Rushdie: testimonios sobre la intolerancia (1991), A gritos y sombrerazos (1996), Periodismo mexicano en una nuez (2006) y coautora –junto con la historiadora Gabriela Cano–, de la biografía Amalia González Caballero de Castillo Ledón: entre las letras, el poder y la diplomacia (2016).
Angélica Abelleyra
376 páginas
Editorial UANL, 2023.
Angélica Abelleyra (Ciudad de México, 1963) es periodista especializada en artes plásticas, área que abordó a lo largo de quince años en las páginas culturales del periódico La Jornada (1984-1999), del cual es fundadora. Estudió ciencias de la comunicación en la UAM-Xochimilco y se inició como reportera en el periódico Unomásuno (1982-1984). Trabajadora independiente en la actualidad, colabora en La Jornada Semanal con la página "Mujeres insumisas" y en la revista Equis, Cultura y Sociedad. Vivió un año en Oaxaca con el fin de preparar este y otro libro sobre Francisco Toledo.